<TABLE cellSpacing=0 cellPadding=0 width="100%"><TBODY><TR><TD width="100%"><TABLE cellSpacing=0 cellPadding=0 width="100%"><TBODY><TR><TD class=seccion vAlign=bottom height=12>Opinión</TD></TR><TR><TD bgColor=#666666 height=1>
Un vecino que consigue más logros que cualquiera en esta región.
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A lo mejor haya notado cuán irritante resulta que ese país sea considerado apto para inversiones del calibre de la de Intel, fabricante de partes de computadora y que su café sea reconocido como uno de los mejores y más competitivos del mundo.
El éxito de Costa Rica nos hace sentir incómodos y nos causan desconcierto (y envidia, claro) sus repetidos aciertos. Ante la pregunta, muchos guatemaltecos aluden a la presunta arrogancia de los costarricenses, siempre dispuestos a diferenciarse de sus vecinos, para justificar su animadversión hacia aquel país. Pero de seguro la explicación a tanto disgusto va más allá.
En la segunda mitad del siglo XX, una sucesión de gobiernos socialcristianos y socialdemócratas, cuyos partidos se han tornado ahora pro liberales, ha conseguido lo que a las demás naciones de América Central, excepto Panamá, les había resultado hasta hoy en puro fracaso.
A partir de su revolución triunfante de 1948, con José Figueres a la cabeza, Costa Rica ha construido un país viable. Sus instituciones funcionan, pues su sistema de justicia, imperfecto por demás, es capaz de lidiar con asuntos tan difíciles como enjuiciar a dos ex presidentes por recibir dinero de gobiernos extranjeros y favorecerse con regalos de empresas que hacen negocios con el Estado.
Allá no hay hambre crónica al grado que la conocemos en el resto de Centroamérica ni hay abusos graves en materia de derechos humanos. Las fuerzas de seguridad ticas no secuestran a nadie y el Estado no se desbarata y se vuelve a armar cada cuatro años cuando se reparte el botín electoral.
Casi una quinta parte de su territorio (esto incluye sus mayores tesoros naturales y las playas más hermosas) forman parte del sistema nacional de parques en lugar de haberse convertido en repartos semi urbanos a los que sólo accede la elite.
Aunque la discusión entre quienes propugnan por liberalizar más o menos la economía es ahí también el tema candente del día, conviven la exitosa banca estatal y la cada vez menos competitiva empresa nacional de electricidad y telefonía. Sin embargo, Costa Rica no le paga a precio de oro la energía eléctrica a ningún afortunado empresario que ha logrado atracar al Estado ni depende del petróleo para la generación eléctrica. Poco más del 90 por ciento de la energía que consumen los ticos proviene de las hidroeléctricas.
De seguro que nos convendría estudiar comparativamente qué ha obrado en aquel país cercano y muy semejante al nuestro tanto prodigio. Sería bueno estudiar, sin recurrir a baratos argumentos racistas, por qué una nación con mucho menos territorio y riquezas naturales consigue mayor armonía y éxitos resonantes a nivel del globo.
¿Sintió usted envidia cuando escuchaba resonar en Múnich el himno de Costa Rica? Atienda sus sentimientos. Indague, luego reflexione.
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